Miraba por la ventanilla, viendo pasar el paisaje tan veloz que la mareaba un poco. Y esa oscuridad en los túneles hacía vacío en sus oídos. Ese sonido del roce con las vías. No quería pensar. Tampoco podía leer porque también le revolvía las entrañas. A su alrededor, tres hombres. Cada uno a lo suyo; uno leyendo el periódico, otro mirando el móvil y el tercero escuchando música. Había quedado con Marcos que le iría a buscar a la estación. Han pasado tantos años… No sabía si se reconocerían. Tenía el presentimiento que lo sabrían nada más mirarse a los ojos. Marcos había tenido altibajos y según por lo que le había contado por carta, se había recién separado de su mujer. Ella tenía un gran aprecio por su cuñada, quiero decir su ex-cuñada.
Ahora entendía que ciertas cosas pasan porque tienen que pasar. Aunque uno no quiera.
Estaba nerviosa. Reencontrarse con la familia es siempre algo bueno y al mismo tiempo puede sentirse como un jarrón de agua fría cayéndote por la cabeza. Tanto por contar y tan poco tiempo.
Miraba los árboles correr al lado del vagón, como queriéndola retener. Y la niebla dibujaba fantasías en su mente. Tanto verde, tanto aire fresco… Se imaginaba corriendo desnuda y salvaje por aquellos bosques. No sabía que podía significar esto. Pero seguro, que esto era lo especial que la hacia diferente.
Todavía en el tren y a mitad de trayecto. Le vino un recuerdo y empezó a sentir añoranza por aquel lugar donde dio sus primeros pasos.
Sentía adormecerse con las vibraciones en el asiento y el tenue balanceo del trayecto. Cerraba los ojos e intentaba “no pensar”.
Sabía que además era la semana grande de Bilbao. La “Aste Nagusia”. Se le hacía lejano y extraño el nombre, después de tantos años hablando otros idiomas y estando lejos de esa atmósfera bilbaína. Y tenía la intención de verse con algunos amigos. Aunque no era fácil hacer tiempo para todo.
No había visto todavía ni el cartel, ni la programación . Así que, no podía planificar mucho de antemano. Echaba de menos los fuegos artificiales, porque allá donde residía no tenían punto de comparación. Echaba de menos el “talo con chorizo” y la sidra. Las txoznas repletas de gente, las tapas en los bares, los mercados, las barracas… Cerraba los ojos ensimismándose en los recuerdos.
Por el altavoz anunciaron la llegada a la estación. Se empezó a poner su abrigo y a recoger sus cosas para estar lista y bajar. Al bajar, totalmente como forastera, se dedicó a seguir a la gente. Es un instinto de sobrevivencia. Y después de bajar unas escaleras mecánicas, llego a un gran aula donde Marcos la esperaba agitando el brazo, con un sonrisa de oreja a oreja.
Bajó con sus bártulos y se abrazaron. Marcos empezó con el cuestionario de preguntas. Fueron a tomar algo a una cafetería antes de continuar camino hacia la casa.
Y entre unas tapas y un café, se fueron poniendo un poquito al día. Marcos tenía su acento peculiar de la capital Bilbaína y ella lo había perdido. Se daba cuenta, de que varias veces le tenía que decir que hablase más despacio.
Al terminar, se dirigieron a la casa. Donde su madre y su padre aguardaban nerviosos y contentos a la vez. Llegó, dejó sus cosas en la habitación y se sentaron a la mesa después de los saludos, achuchones, besos y expresiones de alegría. Habían preparado una comida y vaya comida. Ni que fuese navidad… Y eso que ella les dijo que estaba controlando su alimentación. En la mesa no faltaba de nada. Y con ese magnifico ambiente del reencuentro, dibujando sonrisas en todas y cada una de las caras.
No faltó mucho, de todas maneras, para que enseguida surgiese algún rifi-rafe. Lo de la alimentación ya fue una bomba para revolver el ambiente; por qué no comes esto o aquello, hay que comer de todo, come más… etc. Era como sentir caer la losa más pesada del mundo sobre uno mismo. Uno siente un poco de impotencia cuando no puede hacerse entender por su propia familia. Ser como tu quieres ser. Y que te acepten como tu quieres ser. Y esa sensación que cuando es sobre los otros, uno tiene que aceptarlo todo. Posiblemente toda sensación era producida por un viaje largo y por la falta de costumbre de tanto alboroto.
Intentó escabullirse como pudo, comiendo lo que quiso dentro de la paleta de colores sobre la mesa. Llegando así a la sobremesa; café, algunos fumando, todos hablando y la tele encendida.
Por mucho que quisiera salir de allí, no podía, ella se había convertido en el centro de cada frase, cada broma, cada queja… Intentaba no pensar. No quería tomárselo como algo personal, aunque lo era. Se le encendió la bombilla y con la excusa de estar cansada, se escaqueo al cuarto para descansar del viaje. No era una excusa del todo, realmente estaba sobrecargada de cansancio. Consiguió ese par de horas para disfrutar del silencio…. Aunque las voces recorrían el pasillo como ecos. Y le empezaba a faltar el aire. Sentía que quería regresar.
Cuando despertó, respiró profundo antes de salir de la habitación. Y les dijo, que iba a ir a dar una vuelta. Su madre quería ir con ella y su hermano se apuntó también…. Su intención era irse sola y ver lo que había cambiado su ciudad y lo que no. Para poder percibir con todos los sentidos sin que nadie te distraiga. No pudo negarse, a sabiendas que su llegada provocaba tanta ilusión y alboroto. Pero sin haber pasado 48h ya se sentía prisionera. Era como sentir larvas absorviendote la sangre. Ella estaba contentísima de ver a su familia, pero necesitaba también su propio tiempo y espacio. No era algo que algún miembro de su familia pudiese entender. Como quería paz, intento morderse la punta de la lengua y apechugar.
El paseo terminó en el arenal, comiendo talo con chorizo y bebiendo sidra. Esa textura, ese sabor… los recuerdos azotaban la memoria oxidada y sobresalían en rebeldía al momento presente. Recorrieron las tiendas, miraron los diferentes puestos… y disfrutaron de alguna bebida más con tapas en alguna terraza. Y sin que se hiciese demasiado tarde, volvieron a casa… Al día siguiente consiguió quedar con una amiga y por fin, ser testigo de aquellos fuegos artificiales, de las txoznas, de los conciertos, de las barracas… Y todos los males se fueron saltando uno a uno… ver viejas amistades como si no hubiese pasado el tiempo, ser participe en las fiestas y llevarse un recuerdo nuevo de ellas, de su atmósfera, de su música, de su gente, de la ciudad vestida en colores… No hay mal que no se cure con un vasito de sidra.
Y abrió los ojos. Y los árboles corrían al lado del vagón como para retenerla… El altavoz anunció en finés la próxima estación y se dio cuenta del lienzo que había pintado la añoranza de un recuerdo en el trayecto de tren que la llevaba a casa.
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